Los virtuosos by Yasmina Khadra

Los virtuosos by Yasmina Khadra

autor:Yasmina Khadra [Khadra, Yasmina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-07-01T00:00:00+00:00


33

Era lunes. Lloviznaba. La comunidad española de Saint-Antoine se disponía a celebrar una fiesta religiosa. Una suerte de febrilidad se adueñó del barrio, algo así como cuando nosotros festejamos el Aíd el Kebir. Los niños faranduleaban en la placita, orgullosos de sus trajes nuevos y de sus trenzas floreadas. Los cafeteros inspeccionaban las nubes con los brazos en jarra, ante la duda de que pasaran de largo o bien la lluvia los obligara a recoger las mesas de las terrazas.

Una camioneta se detuvo ante la vitrina de la tienda hasta que un bocinazo irritado la obligó a ceder el sitio a un coche de alta gama.

Dos mujeres envueltas en sus jaiques sedosos se apearon de él, acompañadas por tres hombres de cierta edad. Estos, vestidos con traje burgués y tocados con fez, mostraban sobre su chaleco las cadenas de sus relojes de bolsillo. Entre ellos, reconocí al anciano que había visitado a Lalla uno o dos años antes. Estaba más amojamado y caminaba con dificultad, apoyado en un bastón con empuñadura dorada. La delegación se dirigió hacia la puerta de al lado. Oí a la sirvienta bajar la escalera a toda prisa para abrirles. Sonaron ruidos de pasos por los escalones, y unas pisadas sigilosas en el descansillo. Marhaba, marhaba, decía Lalla.

La sirvienta, una joven flaca y paliducha, entró en la tienda para pedirme que bajara la persiana y esperara en el mostrador hasta que se fueran las visitas. Parecía muy nerviosa. Al volver a subir, se le olvidó cerrar el postigo tras ella.

Para entretenerme, me dediqué a poner orden en los estantes.

En el piso, las cosas no tardaron en ponerse feas. El tono de las voces fue subiendo apenas quince minutos después de su llegada. Primero, una voz de mujer que exigió a Lalla que fuera razonable. Luego, la de Lalla, que replicó que no tenía diez años y que sabía lo que hacía. Se produjo un silencio, y luego la voz trémula de un hombre intentó poner calma en la reunión. Unos minutos más tarde, la discusión se acaloró. «No puedes hacer lo que te dé la gana», se indignó un hombre. «Vosotros no tenéis por qué inmiscuiros en mis asuntos —protestó Lalla—. Habéis estado gestionando mi vida cuando no tenía derecho a abrir la boca. Pero eso ha acabado. No necesito ningún tutor, y menos un marido». «Piensa en lo que van a decir de nosotros las demás familias —se alarmó una voz de mujer—. No puedes vivir sin un hombre que cuide de ti y preserve tu honor». «¡Mi honor! ¿Os atrevéis a hablarme de honor? ¿Qué habéis hecho del vuestro? No soy moneda de cambio. Idos ahora mismo. No quiero volver a veros». «¿Te atreves a echarnos, Halima?», se indignaron. «Nunca me habéis caído bien», gritó Lalla.

El descansillo se llenó de frufrús y de ruidos de pasos. Oí a los visitantes bajar la escalera. La puerta de entrada se cerró con fuerza. Lo mismo hicieron las portezuelas del coche. El motor se puso en marcha, zumbó al arrancar y se hizo el silencio.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.